A los periodistas nos gustan las respuestas cortas y directas. Y casi siempre, además, las necesitamos, sobre todo cuando disponemos de un espacio limitado (la página de papel) para desarrollar ese esquema clásico de las entrevistas: pregunta-respuesta, pregunta-respuesta. En busca de ese anhelo o ideal solemos hacer preguntas también directas y cortas. Pero hay temas (y entrevistados) de los que no es posible o saludable esperar la reflexión sintetizada, la palabra concisa y lista para digerir. Gente y asuntos que no admiten fórmulas en forma de consignas o frases ligeras: señoras y señores, para saber algunas cosas sobre el presente y el futuro hay que irse un poco o bastante atrás, al origen de los fenómenos felices o tragedias. Nos acaba de ocurrir en la redacción a Mercedes Chacín, Jesús Arteaga, Gustavo Mérida, Reinaldo Linares, Bernardo Suárez y José Roberto Duque, con la presencia o refuerzo de Nerliny Carucí, quienes le caímos en cambote a Francisco Herrera, biólogo, docente del IVIC y especialista en temas aparentemente inconexos sobre los cuales haremos un resumen aparte. La intención era entrevistarlo sobre un tema del que parece sencillo hablar, porque sus señales son visibles, evidentes y dolorosas: el colapso del capitalismo, de la ciudad capitalista, del paradigma “civilizatorio” (perdón, hay que llamarlo de algún modo) encabezado por unas hegemonías más o menos notables. Así que la primera pregunta vino precedida de una lectura de noticias recientes: la escasez de gas, combustibles y otras bagatelas energéticas en el Reino Unido y en España, el resquebrajamiento de íconos y procesos antes tan sólidos en China, Europa, Estados Unidos, América Latina; el temporal pero escandaloso mutis de WhatsApp y otras plataformas y redes sociales del pasado 4 de octubre. Y entonces: ¿estas noticias indican que nos estamos dirigiendo realmente al colapso de la ciudad capitalista o son accidentes momentáneos? Herrera hizo unos movimientos parecidos a los que ejecuta Yulimar Rojas antes de echarse a correr en pos del triple salto, y saltó. Y no hay manera de registrar todos los detalles del salto sino mediante un ejercicio de síntesis de sus docenas de aristas, notas al pie, saltos de siglos en cualquier dirección, paréntesis que se abren pero no se cierran: la exposición del caos planetario debe parecer caótica, así al final descubramos que no lo es. Espirales de problemas “No sé si la palabra es colapso”, comienza el científico, “pero lo que viene es candela. Cuando uno ve el planeta como sistema, al referirnos a esa situación desastrosa uno suele hablar de sus elementos: cambio climático por un lado, extinción de especies por el otro, luego acidificación de los océanos, pérdida del agua dulce, desbalance del ciclo del nitrógeno y del fósforo… Un grupo de trabajo ha hecho una especie de mapa de este tipo de fenómenos o dimensiones de la emergencia, que es interesante revisarlo con una visión ecológica para determinar sus implicaciones sociales”. Herrera se detiene en este punto y despliega su particular microscopio analítico en un fenómeno en particular, que no es tan mediático ni tan renombrado para el gran público: la acidificación de los océanos. Habla de cómo la vocación contaminante de la humanidad (o del capitalismo que rige su curso actual) ha conseguido una especie de hazaña negativa, consistente en cambiar el pH de los océanos, y continúa con una cadena o espiral de fenómenos derivados o subsiguientes que termina en un punto clave: están desapareciendo los arrecifes de coral (origen de la vida en los océanos), lo cual es en sí mismo una tragedia, que repercute o se transforma en otra: 25 por ciento de la humanidad (más de 2 mil millones de personas) vive del mar. Debido a causas un poco lejanas pero conexas, la desembocadura de los grandes ríos del planeta, los lugares más fértiles de la historia para pesca, ahora son zonas muertas (ocean dead zones): grandes extensiones oceánicas donde hay muy poco o nada de oxígeno, y por lo tanto esa cuarta parte de los seres humanos se está quedando sin una forma de sustento o de alimento. En este punto de la exposición, cuando ya empezábamos a preguntarnos qué mother fucker tiene que ver el pH de los océanos con la caída de WhatsApp, de Tinder y de Facebook (nuestra pequeña tragedia citadina de hace unos días), el encadenamiento de datos terminó de estallar sobre la mesa: el apagón de unas redes sociales por unas horas crea apenas una vaga sensación de colapso, que representa una microscópica fracción de una desgracia mayor. Porque colapso serio, colapso de verdad, es el que viene culebreando en el planeta de una manera que resulta a veces subterránea e imperceptible desde nuestro sillón, sofá o colchoneta: la especie humana está en el umbral de una situación de devastación y envenenamiento irreversible de su hábitat. Envenenamiento: “eso” que ocurre porque el calentamiento derrite el permafrost, la gigantesca capa de hielo debajo de la cual hay materia orgánica acumulada en el último millón de años. “Los procesos debajo de esa capa, y perdonen el tecnicismo, no son de oxidación sino de reducción, y el producto de ese proceso es metano, en lugar de CO2, y el metano es mucho más agresivo como gas de efecto invernadero que el CO2”. El fin de la “naturaleza barata” En la continuación de la seudo entrevista, que de pronto se transformó en clase multivectorial de historia, antropología, geopolítica y un poco de ecología y agricultura (y corte y costura: “Cuando uno termina de armar esa colcha de retazos lo que descubre es una espiral de problemas”), Francisco Herrera hace un comentario que, por fin, conecta la larga y sinuosa disertación con nuestra pobre pregunta inicial: “Todo lo anterior se convierte en migraciones, militarización del planeta, control de territorios”. Como toda tragedia siempre tiene un aspecto horrendo en cada vericueto, el científico se empeña en mostrar otros: la humanidad ya ha consumido los yacimientos, o de mejor calidad, o de mayor accesibilidad, de buena parte de los recursos minerales del planeta: superamos la fase de la fiesta y la gozadera del consumo y ahora tenemos que sufrir para seguir consumiendo. “Venezuela es un ejemplo claro: el petróleo liviano estaba en el lago de Maracaibo, nos lo raspamos en el siglo XX y ahora vamos por la Faja del Orinoco”. Cable a tierra, o más al terreno político que no debemos perder de vista: las corporaciones y hegemonías saben que hemos rebasado ese límite de la “naturaleza barata” (Herrera le atribuye la cita a Jason Moore) y por lo tanto, sienten la imperiosa necesidad de acceder a territorios. Para acceder a esos territorios necesitan sacar a la gente (“eso se llama paramilitarizar el planeta”) e ir por otras fronteras. “El capitalismo se ha expandido a través de la conquista de nuevas fronteras: en 1492 fue América, luego la conquista del oeste de Estados Unidos, ahora la minería profunda de los océanos, tema en pañales pero en pleno crecimiento”. En su peculiar o tal vez solo inusual cronología del desastre planetario, el “entrevistado” se pasea por varios hitos, desde el momento en que la maquinaria depredadora del planeta (cuyos motores son o han sido los combustibles fósiles y la energía barata) “se dio cuenta” de que los recursos naturales no eran ilimitados (“descubrimiento” de los años 70), y entonces se ideó el recurso sabrosón del capitalismo financiero o especulativo en los 80, el charco donde se cansó de chapalear el neoliberalismo. Con el siglo este modelo empezó a hacer aguas, y entonces entramos en otros hitos de la historia actual: abajo las Torres Gemelas, gran excusa para iniciar la nueva temporada de invasiones y conquista violenta de fuentes de petróleo, nuevo tropezón planetario en 2007 y en 2015, “y luego en 2018 ya no les dan las cuentas, las corporaciones comienzan a tener números rojos, y creo que la pandemia es un constructo para disfrazar toda esta implosión del sistema económico, pero endosado a un problema de salud planetario. La palabra clave de la Cumbre de Davos es ‘resetear’ la economía. Si esto fuera una simple pandemia no habría por qué resetear todo un modelo económico. Pero creo que simplemente no es viable continuar con la misma dinámica del capitalismo especulativo”. En guerra con la naturaleza Mercedes Chacín logra intercalar una pregunta: como para qué los responsables y ejecutores de la devastación del planeta van a insistir en ese modelo si ellos también tienen claro que eso se llama autodestrucción. Opina Herrera: “Eso se llama raspar la olla mientras puedan. Seguramente saben o piensan que la destrucción de la especie es gradual. Que si dentro de 100 años quedan 500 millones de seres humanos, ellos estarán entre esos 500 millones. Creo que todas esas políticas antimigratorias buscan ‘bunkerizar’ a Estados Unidos, a Europa…”. Por supuesto que todo esto tuvo un inicio, o un momento de estallido más o menos originario, reflexiona Francisco Herrera. Cuando menciona el período de la historia en que plantea o propone como etapa en que se fraguó todo este disparate, se le oyó exclamar a Jesús Arteaga: “Coño”. Coño: “esto” se fraguó entre los años 1492 y 1700. Resumidito: la cultura occidental, y el capitalismo como su producto más macabro de expansión y dominación, estableció que el ser humano está en guerra contra la naturaleza. Los seres humanos estamos aquí para dominar a la naturaleza (ya tú sabes: “Si la naturaleza se opone”, etcétera). Luego de semejante declaración de omnipotencia o de voluntad de poder ya resulta inviable, o al menos supremamente engorroso, introducir la muy jipi, cándida o risueña propuesta de “vivir en armonía” con algo que, dice esa loca racionalidad que nos impusieron como paradigma, está ahí para que la depredemos. “Estoy consciente de que transmito angustia, y es porque siento esa angustia. Pero creo en la gente: creo que en Europa, en Estados Unidos, en cualquier foco de opresión y destrucción del hábitat y de la vida, no se la va a calar, se va a rebelar de muchas formas”. Anotaciones al margen, o al fondo > El humanismo como perversión: el hombre de la modernidad siente que está por encima de todo, incluso de los elementos que le son esenciales. > Como los autores de esa racionalidad fueron hombres blancos, europeos y protestantes, todo lo que no encaja en esas categorías es inferior y susceptible de ser dominado, depredado, sometido y explotado: mujeres, personas no blancas, animales, vegetales, minerales, elementos de todo calibre e incluso ideas, interpretaciones del mundo, cosmogonías y culturas. El pran de la modernidad “cosifica” lo que no pertenece al clan original protagonista y creador de la dominación. > Lo que está en crisis (entonces) son las nociones fundantes de la modernidad: el modelo civilizatorio, y no solo el modo de producción capitalista (el capitalismo no es solo un modo de producción sino una cultura). > La ciudad capitalista industrial es el espacio ideal de cosificación, neutralización y destrucción de personas y de comunidades (la modernidad no reconoce la noción de comunidad sino la de individuo). > En nuestra gesta venezolana contra el capitalismo, ¿no estaremos reproduciendo esquemas capitalistas, enamorándonos de procesos que deberíamos estar combatiendo? ¿De qué hemos sido capaces mientras buscamos “la mayor suma de felicidad posible”? Biografía Mínima Francisco Herrera Mirabal, nacido en 1967 en Caracas. Biólogo, mención Ecología, egresado de la UCV. Postgrados en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Caracas) y en la Universidad de Exeter (Inglaterra), ha sido docente e investigador en el IVIC, la Universidad Central de Venezuela, el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) y otros centros de estudio. Espeleólogo con amplia experiencia y reconocimientos, ha incursionado en la agroecología como ámbito de estudio académico y también como práctica habitual. Su currículum vitae es casi tan profuso y lleno de vericuetos como la conferencia que nos obsequió en nuestra Redacción, así que no hay forma de que la conferencia ni el currículum quepan en el limitado espacio físico de este periódico.
cortesía: MINCYT
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